¿Alguna vez te has detenido a pensar en el impacto que pueden tener tus palabras en los demás? La realidad es que nuestras expresiones verbales tienen el poder de construir lazos formidables, pero también de destruirlos. A veces, nuestras palabras se escapan de manera ridículamente rápida, sin permitir que nuestro raciocinio las detenga. Y en muchas ocasiones, lamentamos ese tipo de imprudencias que suelen traer consecuencias imborrables, principalmente para el receptor. Recientemente, tuve la oportunidad de experimentar en primera persona el efecto devastador que pueden tener las palabras cuando son utilizadas de manera inapropiada. En un encuentro con emprendedores, estuve en el centro de una pequeña lluvia de críticas poco constructivas. Esta experiencia me llevó a reflexionar sobre la importancia de cuidar nuestras palabras y el impacto que pueden tener en quienes las reciben.
Te cuento un poco sobre esa noche, aunque debo admitir que casi no recuerdo ni su cara, ni su nombre y mucho menos sus palabras exactas. Hace algunas semanas recibí la invitación a una reunión de networking a la que tuve la accesibilidad para asistir. La ocasión prometía ser enriquecedora, un get-together con más de 100 emprendedores con las mismas ganas de compartir y aprender que yo, ya que la diversidad de experiencias y conocimientos presentes creaba un ambiente propicio para ello. Sin embargo, no todos los encuentros resultan como uno espera. Al acercarme a una conversación, buscando aprender de personas con más experiencia, me encontré con una ráfaga de críticas inesperadas. Sin razón alguna, una de las personas a la que me acerqué comenzó a lanzarme críticas, desde mi postura (me encontraba de pie y mi postura nunca ha sido la mejor) hasta mi modelo de negocio; cada palabra lanzada era como un golpe que no esperaba. A pesar de ello, elegí guardar silencio, no porque no me incomodara, sino porque decidí no darles el poder de dañar o lacerar mi autoestima.
Confieso que traté de irme lo más rápido que pude y que cuando me encontré de camino a mi hogar me descubrí sintiendo coraje, quizás un poco de inseguridad y muchas otras cosas más de las que inmediatamente me sacudí. Luego comencé a pensar que esta persona no me conoce, y que aunque me conociera, yo también me conozco. Y creo que me conozco lo suficiente como para entender mi valor como persona y profesional, independientemente de mi manera de pararme o “mi falta de experiencia”. Así que opté por no pensar más en ello y olvidar las palabras de alguien a quien probablemente tal vez no vuelva a cruzarme. Sin embargo, esta no ha sido la primera vez, ni la peor, en la que me encuentro en un escenario donde recibo críticas y me subestiman, tampoco será la última. En muchas ocasiones he utilizado este tipo de escenarios como detonante para duplicar mi esfuerzo, y no para demostrarle a otros, sino para demostrarme a mí misma que tengo la capacidad suficiente para lograr lo que me proponga. No podré controlar las palabras disparadas por otros, pero sí puedo controlar cómo sentirme luego y lo más importante, puedo entender el valor de controlar las mías. No hay justificación en la falta de empatía de una persona hacia otra, o de desbordar opiniones no solicitadas con intención de desmotivar a alguien. Así como tampoco se le debería dar el poder de que comentarios hirientes tomen el control de nuestras emociones y acciones.
Aun así, sigo cuestionándome: ¿Qué lleva a alguien a descargar sus críticas de manera tan inescrupulosa? Esta pregunta quedó sin respuesta, pero lo que quedó claro es el valor tan inmenso y el dominio que puede tener sobre las emociones y sentimientos de alguien tan solo una palabra. En esa ocasión, en lugar de responder con agresividad, preferí guardar silencio y luego, a solas, agradecer haberle dado el valor merecido: NINGUNO. La situación me hizo cuestionarme el uso que damos a nuestra herramienta más poderosa e importante. Cuánto daño innecesario causamos cuando no medimos lo que sale de nuestras bocas. Cuánto se ha normalizado el “esa es mi manera de ser” o el “así soy”, para justificar la falta de educación y respeto hacia otros. Si bien soy partidaria de que en los libros está la solución, también lo está en cómo nos expresamos hacia los demás. Más que para ti que me lees, es una gran lección para mí, que me recuerda que debo procurar ser una mejor persona cada día, y medir mis palabras hacia otros, e incluso las que dirijo hacia mí, con la misma vara que deseo los demás midan las suyas.
Esta experiencia sirvió como recordatorio de la importancia de ser conscientes del impacto de nuestras palabras. La crítica no define tu valía, mucho menos la que se realiza desde la mala intención. Es por eso que debemos crear un filtro no solo a lo que decimos, sino también a las palabras que recibimos, y permitir que nos impacten solo aquellas que, más allá de no lastimarnos, nos sumen. Quiero que con esto te lleves que en un mundo donde la comunicación es clave, es fundamental utilizar nuestras expresiones para construir, inspirar, edificar, apoyar y levantar una sociedad, en lugar de destruirla. La crítica constructiva puede ser valiosa, pero la crítica desmedida solo deja huellas negativas y a veces hasta con daños irreparables. Así que, la próxima vez que te encuentres en una conversación, recuerda el poder que llevan tus palabras y úsalas sabiamente.
3 comentarios
Gracias a ustedes por dejar su cariño. Siempre nos encontraremos con personas que nos subestimarán, lo importante es reconocer nuestra valía y no permitir que las opiniones de otro nos afecten.
Lo de dijo esa persona deja mucho que decir sobre su persona, su esencia, su mente y alma. Es bueno saber reconocer cuando darle importancia ninguna a ese tipo de personas ya que una crítica constructiva te hace sentir que puedes ser mejor, y que eres capaz. Te hace sentir apoyado.
Gracias por contarnos tu experiencia. Sin duda es algo que pasa muy constante, las personas no miden el efecto de sus palabras y lo hiriente que puede ser en otras personas. Existe la mala costumbre de lanzan críticas no constructivas sin ser solicitadas.